Había una vez un muchacho que había hecho una gran fortuna en América.
De regreso a su pueblo, al acercarse a la casona de sus antepasados, vio en el balcón a una moza muy guapa. El joven entró, creyendo que encontraría a la muchacha pero ningún criado supo darle explicación de quien era. Contrariado, por haber perdido la oportunidad de conocer a aquella bella moza, se encerró en su cuarto. Quedo dormido, y en sueños, le pareció ver a los pies de la cama a la muchacha, sonriendo.
Al atardecer, abrió la ventana de su habitación y vio a la joven en la huerta. El apuesto muchacho se acercó, ella, pálida como la luna, se mostró distante pero el joven le dijo: -No eres, para mí, sino una imagen y, sin embargo, tus labios me animan aunque tus ojos se muestren lejanos-.
Cautelosa, la joven contestó: -Hace mucho un pretendiente se llevó mi amor y mi alma. Desde entonces, la pena y el dolor son mis únicos compañeros, veo los rayos de sol al atardecer y el rocío al alba pero mi corazón es un lugar vacío-.
El joven se mostró contrariado.
Y ella prosiguió: -Solo el agua que mana en la cueva del Ojáncano puede despertar mi alma del olvido. Quién de verdad me ame, habrá de ser valiente y atravesar la gruta para darme de beber en sus manos
Conmovido por los delicados rasgos de la doncella y animado por una creciente pasión, el joven, olvidó su fortuna y hacienda, y se dispuso a acompañar a la muchacha. Recordaba historias de sus abuelos hablando del Ojáncano que habitaba bajo la gran peña en una gruta profunda cubierta de yerbas y escajos. El Ojáncano había desaparecido pero el recuerdo de sus atrocidades permanecía en el lugar.
El joven se introdujo en la cueva y anduvo en silencio junto a la muchacha una galería tras otra, unas veces la cueva estaba húmeda otras hacía frío, observaba la hermosura de la misteriosa moza y sentía sus brazos rodeándole. Se encontraba exhausto y el miedo se iba apoderando de él, pero cuando se iba a dar por vencido en lo más profundo de la cueva divisó un pozo. Avanzó el joven con paso incierto, recogió agua en el cuenco de su mano y lo puso en los labios de la muchacha. La joven sonrió, mientras fuera anochecía.
Cogidos de la mano como dos enamorados se encaminaron hacia la salida de la cueva. A medida que avanzaban, la doncella se iba desvaneciendo. Cuando la joven era apenas un velo de luz, se volvió hacia el indiano y le dijo:
- ¿No me reconoces? Soy el alma atormentada de la mujer que se arrojó a ese pozo cuando la abandonaste después de dar palabra de amor eterno-.
Al desvanecerse el ánima, el eco de la gruta repitió:
-Tu destino será vagar eternamente con tu conciencia por esta cueva-.
Y, con gran estruendo, la peña cayó, dejando al hombre encerrado para siempre.
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