martes, 1 de marzo de 2011

La felicidad


Cuenta la leyenda que un hombre oyó decir que la felicidad era un tesoro. A partir de aquel instante comenzó a buscarla. Primero se aventuró por el placer y por todo lo sensual, luego por el poder y la riqueza, después por la fama y la gloria, y así fue recorriendo el mundo del orgullo, del saber, de los viajes, del trabajo, del ocio y de todo cuanto estaba al alcance de su mano.
En un recodo del camino vio un letrero que decía: “Le quedan dos meses de vida”. Aquel hombre, cansado y desgastado por los sinsabores de la vida dijo: “Estos dos meses los dedicaré a compartir todo lo que tengo de experiencia, de saber y de vida con las personas que me rodean”.
Y aquel buscador infatigable de la felicidad, sólo al final de sus días, encontró que en su interior, en lo que podría compartir, en el tiempo que les dedicaba a los demás, en la renuncia que hacía de sí mismo por servir, estaba el tesoro que tanto había deseado.
Comprendió que para ser feliz se necesita amar; aceptar la vida como viene;
Disfrutar de lo pequeño y de lo grande;
Conocerse a sí mismo y aceptarse así como se es;
Sentirse querido y valorado, pero también querer y valorar;
Tener razones para vivir y esperar y también razones para morir y descansar.
Entendió que la felicidad brota en el corazón con el rocío del cariño, la ternura y la comprensión.
Que son instantes y momento de plenitud y bienestar; que está unida y ligada a la forma de ver a la gente y de relacionarse con ella; que siempre está de salida y que para retenerla hay que gozar de paz interior.
Finalmente, descubrió que cada edad tiene su propia medida de felicidad.

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